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Región Marcas

Debe haber algo especial si precisamente aquí, en esta tierra ondulada con sus miles de cerros que corren hacia el mar, nacieron Giacomo Leopardi y el tenor Beniamino Gigli, y aquí encontraron nuevas raíces e inspiraciones unos artistas tan reconocidos como Carlo Crivelli y Lorenzo Lotto.
Las Marcas, por otra parte, de inmediato traen a la mente la “colina”* del Infinito y “los montes azules” decantados por Leopardi, el poeta italiano más amado, romántico y pesimista, infeliz y tierno. Aquí la naturaleza parece ser todavía la de sus poesías. En las dulces laderas de montes y cerros, en las gargantas y valles que llegan hasta el mar, se descubren antiguas carreteras imperiales, parroquias rurales, castillos, pueblos medievales, ciudades que hablan todavía de sus glorias renacimentales. Y aparece entonces la inexpugnable roca de San Leo, situada sobre un acantilado, con muros y torres cilíndricas, depositaria de los misterios de Cagliostro; y la de Sassocorvaro, con su escenográfica forma de navío; o la espléndida fortaleza de Santa Ágata Feltria: roca Fregoso. También el castillo de Belforte surge sobre un peñasco rocoso, y gracias a un puente se comunica con el pequeño pueblo de casas del siglo XVI. Sin embargo es Pietrarubbia la patria de ese Guido da Montefeltro que Dante cita en el XXVII canto del Infierno, lugar donde se encuentra el castillo más antiguo de la zona, documentado ya en el siglo V.
Y son precisamente los Montefeltro, señores de Urbino, quienes dejan en esta región los lujos de las magníficas residencias señoriales. La ciudad de Rafael es una verdadera joya del arte renacimental, que permanece inmutada desde la época en que el duque Federico la volvió una de las más refinadas cortes de Europa, en la que se formaron los principales protagonistas de la cultura y de las artes del Cuatrocientos italiano, símbolo de un nuevo concepto de vida: ya no una fortaleza militar sino una ciudad-palacio, abierta a la circulación de hombres y de ideas.
Sus maravillas arquitectónicas son el Duomo y el palacio Ducal, verdadero tesoro de Urbino, encerrado todavía hoy en día entre sus murallas del siglo XVI. Esta obra de arte renacimental, con sus famosos torreones, los inconfundibles elementos de la fachada, hospeda la Galería Nacional de las Marcas, el Museo Lapidario y el apartamento del duque Federico, con obras de Piero della Francesca, Bramante, Francesco di Giorgio y Luca Signorelli; en la cuatrocentista casa de Rafael se conserva, en cambio, una juvenil Virgen con Niño.
En esta zona se degustan los deliciosos passatelli all’urbinate, el queso Quark, hecho con leche de cabra y de oveja, el vino licoroso Visner y el delicado jamón crudo de Carpegna. Cuenta una leyenda que Zeus, enamorado de Danae, se transformó aquí en lluvia de oro para poderla poseer, y puesto que el Dios todavía hoy en día sigue deseando a la mujer, cada año se transforma en gotas de oro, y cada gota que cae sobre el suelo se transforma en trufa. Y es precisamente este exquisito tubérculo el protagonista de la cocina marquisana, con su aroma intenso e inconfundible.
También Pésaro tiene un encanto especial. Es la ciudad de Joaquín Rossini, a quien está dedicada a una manifestación lírica que atrae cada año a maestros y apasionados de todo el mundo: el Rossini Opera Festival. Valorizan el centro histórico la roca Constanza, los portales góticos de las iglesias y el palacio Ducal; en el palacio Toschi Mosca se encuentra el Museo de las Cerámicas, entre los más importantes de Italia. En estos lugares, además, nació el amor entre Paolo y Francesca: la pasión, que llevó a los desafortunados amantes a la muerte, concluyó en la roca de Gradara.
Sobre el mar, en cambio, se encuentran Fano, famosa por el Carnaval, con el bellísimo Arco de Augusto y otros importantes monumentos de la historia romana; la antigua aldea marinera de Sirolo, una de las más encantadoras de la costa; y la griega Ancona, dispuesta en anfiteatro sobre los cerros que rodean su importante puerto. Aquí el pescado es el centro de la gastronomía y encuentra su máxima expresión en el brodetto, una sopa con 13 variedades de pescados y mariscos. Esta última provincia ofrece muchos atractivos: desde el santuario de Loreto a las grutas de Frasassi, hasta los suaves y verdes declives sobre los que crecen los viñedos del Verdicchio.
Igualmente encantadora es Macerata, con la elegancia de la renacimental Logia de los Mercantes y el equilibrio arquitectónico compacto de su centro histórico, compuesto por palacios en ladrillo a la vista. Sus joyas son dos: la amplia arena del Esferisterio y el palacio Ricci, sobria y elegante vivienda del Setecientos, con su excepcional colección de obras del Novecientos italiano: encontrarse en verano en esta ciudad y no reservar un puesto en el sugestivo teatro es un pecado imperdonable, así como lo sería no probar el típico vincisgrassi.
También Recanati amerita una visita cuidadosa, y no sólo para visitar Villa Collaredo, cofre de obras de arte de Lorenzo Lotto, sino también porque nunca hemos olvidado esa “colina”* al fondo, y porque, al fin y al cabo, los cerros cubiertos de viñedos y olivares, la tupida red de carreteras que conectan entre sí las casas diseminadas, las suaves cimas de los Montes Sibilinos, todavía pueden evocar “los espacios ilimitados”*, “los sobrehumanos silencios”* y la “profunda quietud” .

Por mayor información, hacer clic en:
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