Región Calabria
A pesar de ser híspida y salvaje, la
punta de la bota italiana, encerrada entre dos mares, ofrece
unos espectáculos inimaginables: desde las verdes
y umbrosas montañas hasta los mares color esmeralda
y las amplias extensiones de olivares y viñedos, que
se remontan a tiempos antiguos; con un clima benigno que
un poeta, Franco Costabile, define como “cálido
como la leche”.
En Calabria nació Mattia Preti, importante pintor
del Seiscientos italiano: su patria, Taverna, espléndidamente
situada entre los primeros bosques de la Sila, conserva algunas
de sus hermosas telas repartidas entre la iglesia de San
Dominico, el Museo Cívico y la iglesia de Santa
Bárbara.
Pero no sólo el arte tiene orígenes muy antiguos
en Calabria, sino la cultura en general. El filósofo
y matemático Pitágoras tenía su escuela
en Crotona, poderoso y floreciente centro de la Magna Grecia
cerca de Cabo Columna, en donde se levantan las solitarias
ruinas del templo dórico de Hera Lacinia. La zona
es famosa por sus bellas playas rojas, como las de la Isla
Cabo Rizzuto: aquí, en la localidad de Le
Castella,
se puede admirar en todo su esplendor el Castillo Aragonés,
situado en un islote: con su imponencia, parece proteger
toda la población, como un soberano impávido.
También se respira historia en Locri, antigua colonia
griega, en Gerace, en donde sobresale la bella Catedral,
y en la bizantina Stilo.
Un lugar rico no sólo de historia sino también
de espiritualidad, es la Sierra San Bruno, que surgió en
función del monasterio fundado en la Edad Media por
Brunone de Colonia entre los bosques concedidos por Rogelio
el Normando.
Calabria tiene sobre todo un mar espléndido. Pizzo es un alegre caserío marinero famoso por el tartufo,
un exquisito helado artesanal. La parte antigua del pueblo
está hecha de callejuelas, escaleritas en piedra,
pequeños arcos y pasos subterráneos que dejan
entrever el azul del mar; sobre una roca desnuda surge el
Castillo Murat, en donde el 13 de octubre de 1815 fue fusilado
el cuñado de Napoleón, llegado desde Córcega
con la intención de reconquistar el Reino de Nápoles.
No muy lejos de Pizzo se encuentran las bellísimas
playas de Cabo Vaticano, y de allí la mirada puede
espaciar hasta las Islas Eolie; y Tropea, el pueblo de Raf
Vallone, con su pintoresca plaza Hércules, sus numerosas
plazuelas, el enredo de callejas, la luminosa Catedral normanda,
las bellas iglesias entre las cuales la renacimental Michelizia,
y sobre un pequeño promontorio de toba, la iglesia
de S. María de la Isla; Tropea surge sobre una roca
que tiene a sus pies el azul intenso del mar: es agradable
caminar por las callejuelas del centro histórico en
busca de antiguos portales. Otro lugar fascinante es Escila:
decantada por Homero, sobresale del acantilado sobre el mar,
dominada por el mítico peñasco sobre el cual
se encuentra el Castillo de los Ruffo; la bella ensenada
de Marina Grande y el característico barrio
de Chianalea,
con sus playas atiborradas de botes de pescadores, están
llenos de colores, de olores y de atmósfera.
Además del mar, Calabria brinda paisajes quebrados
y montañosos realmente únicos. La Sila, con
sus ríos, lagos y bosques, ofrece estupendos escenarios
y unos importantes centros turísticos tales como Camigliatello y Lorica. Y no es posible permanecer indiferentes ante la
belleza del Aspromonte, una montaña llena de contrastes,
en donde el verde de los bosques y el amarillo de la flor
de aulaga se alternan a las llanuras fértiles, los
espacios soleados y el agua impetuosa de los ríos.
Entre las ciudades, Cosenza es un lugar de nobles tradiciones
culturales; resulta particularmente encantador el paseo por
la ciudad vieja: la vida artística tiene su centro
en el Teatro Rendano. Pero la flor al ojal de la región
sin duda es Reggio Calabria, con su magnífico paseo
a la orilla del mar con sus palmeras y los poderosos troncos
de las magnolias; desde aquí el espectáculo
del estrecho de Mesina es magnífico sobre todo al
atardecer, cuando se llena de luces y se tiene la impresión
de poder tocar ese borde de Sicilia con la mano. Reggio tiene
muchos palacios en estilo clásico y liberty tardío,
pero lo importante de su historia se encuentra en los tesoros
del Museo Nacional, en donde se conservan los dos estupendos
Bronces del siglo V a.C. encontrados en el mar de Riace en
1972. Estos dos magníficos guerreros, de 2 metros
de altura, resultan excepcionales por la extremada plasticidad
de sus cuerpos y la intensidad expresiva de sus rostros:
es posible detenerse a observarlos por horas, porque aquí el
arte griego alcanza sus niveles máximos.
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